El soldado nos miró para despedirse y al ver el tablero con una jugada a medias, se acercó y movió un caballo comiéndose mi reina, dijo que ya seguiríamos y me miró sonriendo antes de cerrar la puerta de la cafetería.
“Unos ojos verdes vestidos de soldado me acababan de hipnotizar”, al menos eso pensaba cuando me crucé con Luis por los pasillos al ir a clase de contabilidad.
A los dos días me lo presentaron en una discoteca. Se llamaba Juan. Congeniamos enseguida, pasamos toda la tarde juntos, hablando. Estaba a gusto en su compañía y él buscaba la mía sin ningún disimulo. Mientras bailábamos una canción lenta, el cerco de nuestra intimidad se estrechó y me besó. Me sorprendí respondiendo a su beso, sintiendo la seguridad que me transmitían sus fuertes brazos. Pasé una velada muy agradable. Mi incomodidad apareció al decir que le gustaría volver a verme...
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